miércoles, 18 de mayo de 2016

Monólogo

Ygritte Dondarrion
Ana Belén Arenas

Nunca creí que quedase algo de eso en este mundo. Ya tengo 40 años, viejo para algunos, joven para otros. Y durante mi experiencia en la vida he visto cómo el mundo se podría ante mis ojos. Personas que no piensan en otras, egoístas, crueles, sanguinarias, atroces, y tantos otros adjetivos. Supongo que por eso elegí mi profesión. Durante los últimos años me he dado cuenta más que nunca de que por cada acto de bondad hay diez de malicia. Y eso me entristece. Supongo que es un pensamiento pesimista. He llegado a pensar que ya no quedaba nadie en el mundo con un corazón totalmente puro. Ni siquiera yo mismo. Hasta que lo vi. La conocía. Solo había una persona en el mundo con esos ojos. Soy amigo de su padre. Paseaba por la calle despreocupada y feliz, agarrada a su tía, solo tenia seis años. La he visto en un par de ocasiones anteriores, no hay lugar para la tristeza o el odio en su corazón, aunque tenga motivos sobrados para llorar o enfurecerse nunca lo hace. Lleva toda su corta vida sin apenas ver a sus padres. A él no lo conocía. En cambio a sus padres sí los había visto. Un piloto y una azafata, debe verles poco. Pobre niño. Debe tener la misma edad. Ahí estaban los dos paseando. Ella agarrada a la mano de su tía con una sonrisa, y el de la de sus padres. Iban por distintos lados de la misma calle. El chico parecía contento debía ser uno de los pocos días que los veía. Todo estaba en calma, hasta que soltó la mano de sus padres. Riendo  corrió tratando de cruzar la calle, hasta que un coche apareció de la nada. La niña soltó la mano de su tía y se abalanzó sobre él para tratar de salvarle. No se conocían. Nunca se habían visto o hablado antes. Y trató de salvarle la vida incluso a riesgo de costarle la suya propia. Y así  lo hizo lo salvo. Parece que estaba equivocado.  No hay lugar en el mundo con más pureza y bondad que el corazón de un niño.  

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